Cuántas veces pensamos en la naturaleza de la vida, en quiénes somos y cómo somos, las tantas veces no llegamos –ni remotamente- a conclusiones definitivas.
Sólo alcanzamos a percibir que algo nos destaca como singularidad entre la pluralidad de los otros: que ese algo es nuestra vida particular y que esa vida es vicisitudes de impulsos y represiones (el ser tal como aparece al psicologar), es existencia (el ser tal como aparece al filosofar) y es peripecia (el ser tal como aparece al historiar). A veces, la idea del HOMBRE se presenta como una visión de un objeto distante, de algo percibible en un horizonte, muy ajeno a nuestra experiencia cotidiana y, por ende, a nosotros mismos.
A la reflexión del psicologar, del filosofar o del historiar, el hombre y su vida quedan como lo inabarcable, lo no completamente comprensible; pero no lo desconocido. El hombre es, ante sí mismo, un ser parcialmente desconocido-conocido; la naturaleza de su ser puede ser cuestionada y la vida se resiste a ser un mero relato o descripción.
La idea del hombre cotidiano se aparta mucho de la del “HOMBRE” abstracto. Este “HOMBRE” no soy yo. No soy un ente abstracto. Soy un ser concreto: un inconmovible SOY, arraigado en mi cuerpo y en mi vida.
A la luz de esta reflexión primaria las conclusiones precedentes se presentan desalentadoras para quien deseara incursionar en su propia interioridad y en la naturaleza de su ser. También son contradictorias con nuestra propuesta ingenua: sé quién soy, sé de mi vida y tengo mi historia.
¿Por qué no extraer de la supuesta contradicción “no se de mi ser-sé de mi ser” un acierto profundo acerca de la comprensión de la naturaleza del ser humano y de su vida?
¿No serán acaso estas dos vertientes las que, como las dos caras de Jano, son la esencia misma de esa existencia?
El psicólogo corre el riesgo de que el hombre se le aparezca a su reflexión en un ante-sí, tal como si fuera su propia imagen ante un espejo. En este caso, el hombre es consecuencia de las vicisitudes de sus impulsos; el ahora, es concatenación de un antes, y en este sistema de causas y efectos el hombre es explicación, una explicación sin efecto, un mapa sin consecuencias.
El filósofo corre el riesgo de que su propia subjetividad le aísle del hombre de la calle, del común de los hombres, dificultando el considerar la experiencia humana como algo comprometido con la vida, por enfatizar la problemática de la vida en desmedro de los problemas del vivir.
El historiador agudiza su mirada hacia el espectáculo de la vida y peripecia en el engarce social correspondiente.
El pensador- que es primordialmente hombre común- ya sea psicólogo, filósofo o historiador, es también actor.
El riesgo de ubicarse como espectador, de no sentirse partícipe de la vida cotidiana, es el de que se le escape lo primordial: una existencia comprometida con el otro.
Ni los psicólogos, ni los filósofos, ni los historiadores, hacen historia. La historia la hacen los pueblos, en el sentido de los hombres que la viven. La historia personal se hace en la experiencia vivida en el mundo y a esto le llamamos existencia comprometida. Ellos sólo nos la hacen más accesible a ser cuestionada, puesto que la describen e interpretan, pero no les es posible rehacerla. Una emoción no se rehace en su descripción; un sueño no es su relato; una peripecia se narra, pero sólo la revive el narrador.
La vida no es simple espectáculo: es vivencia. Por ello, sentimos que podemos comunicar nuestra vida con aquellos que han vivido situaciones semejantes y no a los meros auditores. La vivencia emotiva que provoca un cuadro que nos gusta, la de una frase que nos llega, la de una melodía que nos conmueve, no es trasmisible. No le pertenece a la psicología, a la filosofía o a la historia, esta posibilidad. Le pertenece al hombre que dialoga con el otro o que “psicologa”, “filosofa” o “historia”, en la posibilidad de una inmersión enriquecedora en el mundo.
Al modo en que Cousteau se sumerge en la naturaleza para recoger una experiencia enriquecida, así, cuanto más aportemos para ampliar el entendimiento de la naturaleza humana, tanto más fecundo será el trayecto de nuestra existencia.